Dentro de la sala se distinguen dos figuras unidas por un vals bailado a destiempo, con profunda torpeza y más de un pisotón doloroso y punzante. Empieza así una muerte llena de sonrisas y olor a alcohol de taberna con testigos curiosos que miran por la ventana entre susurros, risas y juicios, descorteses, amigables, traidores.
Los pasos de ella simulan el movimiento de un velo de seda acariciado por el viento en un día gris. Suaves como unos labios. Los de él son graves, rápidos, arcaicos. La mece en el aire, la acuesta, la huele, la mira de cerca le dice "eres mía" y ella sonríe de tristeza y se ata los grilletes al son de la música que danzan y siente que se desprende de su propia piel despacito, con los ojos cerrados y todos los sentidos en silenciosa alerta, agudizados en secreto. Se sabe débil y miente.
De pronto la música no viene de un piano, sino de una pequeña cajita de música con una bailarina atrapada condenada a bailar sobre sí misma eternamente.
Llegó el momento y se palpa ya el sabor ácido, trágico de la absorbencia y la soledad rústica
Qué romántico.
Ufff...
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